10 feb 2008

EDITORIAL CUENTERA , O EL CUENTO O LA VIDA





Algo pasó en el alma de los hermanos Chang. Algunos dirán que se volvieron locos como el Quijote de tanto leer los cuentos de sus negocios. Nosotros no nos atrevemos a llamarlos de esa manera; quizás decir que están en un nueva etapa de su vida sea más correcto y más sano.

Total que se metieron en un montón de talleres; están en el de Israel Centeno, en el del ICREA, en el de la Metropolitana, en el de Santa Palabra y en cualquier otro. Se la pasan de cabeza en librerías y bibliotecas. Sus guardaespaldas cargan rumas de libros, y ellos dos van con reglas, compases, calculadoras, grabadoras y cámaras fotográficas. Ya parecen turistas japoneses de tanta curiosidad y de tanto grabar y tomarles fotos a sus conejillos de indias (han puesto a personas a leer -apenas le pagan un bolívar por sesión-, e intentan capturar ese instante en que se produce la magia).

Para colmo, descuidan los negocios; pero tal cosa no nos moleta, es menos trabajo para nosotros.

-Queremos saber eso que escriben en los blogs -dicen-, eso que ponen en nuestros negocios.

Quieren saber sí, quieren desentrañar misterios, adentrarse en el arte de la escritura, del cuento. Quieren saber sí, con mediciones, con cálculos, con fórmulas, con respuestas concretas. No se cansan, las 24 horas y los 7 días a la semana están en eso.

Hace poco nos ordenaron que sacáramos un cuaderno. No fue un mandato amable. Fuimos llevados a uno de sus galpones; allí nos sentaron en sendas sillas de madera, así todas normalitas. Entonces vinieron sus esbirros y colocaron frente a nosotros dos sillas de tortura china; ya saben, de esas que tienen hojillas por todos lados. Éstas, según los mismos Chang, estaban aderezadas con sangre con SIDA; así que la idea no era morir de una vez, sino sufrir mucho sobre aquellos asientos infernales y luego morir lentamente de SIDA, impedidos de todo tratamiento por voluntad de nuestros amos.

-Cortázar dice que con el cuento hay que pasar al otro lado -dijo un hermano Chang.
-Pero a veces, ese otro lado no es tan amable -dijo el otro.
-¿Quieren ustedes pasar al otro lado? -dijo el primero acariciando una de las sillas chinas.

En aquel momento más que ningún otro en nuestras vidas, sentimos que estábamos hechos de carne y hueso y, sobre todo, de terminaciones nerviosas que llegan a nuestro cerebro y activan el conocimiento profundo y pleno de la palabra “dolor”.

-Pues entonces díganle a sus amiguitos que nos manden sus explicaciones sobre el cuento -dijo el segundo.
-Tenemos muchas sillitas como éstas metidas en un furgón.
-Y mucha sangre infectada de SIDA.
-SIDA de África.
-Del peor.
-Y las sillas vienen directo de China, además.
-Así que son las más filosas del mundo.
-¿Por cierto, no han leído…? ¿Cómo era?
-Mar Caribe.
-¡Eso, Mar Caribe! Es un libro de cuentos excepcional. ¿La han leído?

Negamos con la cabeza.

-Es mejor que cualquier cosa de Murakami.
-O de Bolaños.
-Sí, ¿cómo se llama el autor?
-Ram Krishnapur.
-Ah sí, Ram Krishnapur, el famoso escritor chino.
-Ganador del Nobel en 1943.
-¿Lo conocen?

Volvimos a negar con la cabeza.

-Bueno, no importa.
-Lo importante aquí es nuestra orden.
-Así que a decirle a sus coleguitas que nos envíen sus trabajos.
-A ver si sacan veinte.
-O Cero... Cero positivo.
-Ah, y si eso no los convence tenemos otra sillita.
-Que no tiene agujas.

Los esbirros trajeron una de esas otras sillas incógnitas. Nos gustó menos. Los Chang y los esbirros se carcajearon. Verle los dientes careados fue también una gran tortura.

Finalmente nos dejaron ir; y bueno, aquí estamos. Nuestros colaboradores nos han mandado sus trabajos. Hay de todo: El Tarot como una escritura, los berros y el cuento, la importancia del lector, el cuento y los cinco sentidos puestos a la orden del fetichismo, las excusas para no escribir cuentos, el cuento austrolopiteco, el cuento como un pez, el cuento en consorcio con otros cuentos, el cuento y el atlas Chang, el cuento y los locos, el cuento del cuento y más. Esperamos que los Chang estén conformes y ustedes también.

Y sin más cuentos, el cuento…


Fedosy Santaella y José Urriola (encuadernadores)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

A los hermanos Chang lo único que les falta es entrar a un aula con setenta personas dentro y disparar, claro, después el suicidio.

Anónimo dijo...

Qué vaina!!! Parece que las Farc secuestraron a los verdaderos Chang y nos dejaron sólo esta versión aburrida y Arraizluquiana. Ojalá que a los Chang le devuelvan el alma que les robaron y que nos ha mantenido atentos por 2 años. Chang, sus fans estamos dispuestos a pagar rescate, pero por favor llévense a estos impostores, desenmascárenlos y no los dejen regresar!!!

Roccocuchi dijo...

jajajaja, quiero una sillita, ups!

Anónimo dijo...

Amadisimos hermanos Chang, gracias por mostrar que a traves del reposo y de la paciencia (que mas es una silla?) podemos trascender la banalidad de esta carne fragil y fugaz, para dejar, por los siglos de los siglos, el testimonio eterno de algo que le paso a alguien en alguna parte (que mas es un cuento?), resonando en la eternidad infinita del espacio, en bits y bytes y bols. A las sillas, camaradas...

Anónimo dijo...

la silla del gran masturbador