10 feb 2008

EL PEZ INASIBLE

Fedosy Santaella




Se supone que hoy debo hablar del cuento; y tiemblo, amigos, tiemblo y se me se petrifican los dedos frente a las aguas de un río de peces inasibles.

¿Qué carajos es el cuento? Hay un libro fenomenal, una compilación realizada por Luis Barrera Linares y Carlos Pacheco que ayuda entender -o eso por lo menos cree uno- su escurridiza naturaleza; se llama En torno al cuento y sus alrededores y es una compilación de trabajos, artículos y ensayos de teóricos y autores consagrados. Lo tengo desde 1998, o quizás un poco antes; sí puedo asegurar que me acompañó en 1999, pues para la tesis universitaria, que fue un libro de cuentos propios, debí establecer como introducción un marco teórico sobre el tema, es decir, sobre la teoría del cuento.

Creo haber aprendido algo de esas lecturas. Aprendí, por ejemplo, que el cuento debe tener intensidad, condensación, brevedad y rigor. Digamos que conocí la ortodoxia del cuento, aunque, si te fijas bien, en muchas de esas páginas la ortodoxia estalla entre línea y línea, socavada por los cartuchos de las dudas y las variaciones sobre tan álgido asuntillo. Resulta que no es fácil, pero no crean que quiero darme aires de intenso que dice saber que no sabe lo que sabe porque sólo sabe que no sabe nada de tanto que sabe. Mis dudas sobre el cuento vienen más bien de la escritura y de la lectura de otros cuentos. Tomemos como ejemplo el asunto de la brevedad. Yo creo en la brevedad y he tratado de practicarla literariamente. Pero cuando ves los ganadores del prestigioso concurso de cuentos de El Nacional, entonces te preguntas dónde está la mentada brevedad. Pienso que en nuestro país (no sé si en otros) hay una especie de prejuicio muy dañino: algunos -o muchos- piensan que si el texto es breve es porque el autor no da para más, que no es ambicioso, que es flojo, o que no se “faja”. ¿Y entonces? ¿Será que las personas que piensan eso no han leído este libro? ¿Será que los tiempos han cambiado y ya el cuento no es breve? ¿Acaso me radicalicé con aquello de la brevedad? ¿O será que en realidad el concurso de El Nacional debería llamarse “concurso de relatos”? En fin, la cantidad de los caracteres con espacios no debe delimitar a la literatura, ni mucho menos al cuento. Así que en los últimos años me he dado a la tarea de retarme escribiendo cuentos más “ambiciosos”, y bueno, ahí están, un poquito más largos. Ya saben, como decía Groucho Marx: “estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros”.

En el libro de Barrera y Pacheco también encuentras muchos autores que aconsejan que no seamos rebuscados a la hora de escribir, que el cuento es una historia bien contada y sin mayores remilgos del lenguaje. Quiroga dice que no andemos mucho dándole vueltas a los adjetivos, que lo que tengamos que decir lo digamos de una vez y ya, sin barroquismos, manierismos, ni ninguna otra etiqueta que le agregue un cuerpo de serifas a tu texto. Pero entonces ocurre algo parecido a lo de la brevedad: empiezas a escribir con un lenguaje llano, certero, directo o como lo quieran llamar y resulta que un día te das cuenta que muchos textos que rodean tu universo literario contemporáneo tienen algo de “ismo”, mucho o poco, pero lo tienen. Claro, también te encuentras autores hermanos, y menos mal; autores que, como tú, escriben sus relatos desde una aparente oralidad y sencillez de estilo. Pero quizás, cuando por fin no te sientes tan solo en el mundo, resulta que ya es tarde y entre tus textos hay una que otra cosa medio enrevesada; y es que lo hiciste por aquello de no quedarte atrás, porque eres un fiel seguidor de la máxima de Groucho, y porque uno quiere tener lectores, y por causa de ellos haces estas cosas y andas de veleta. No sé, eso de anhelar que la gente te lea resulta a veces un pecado grave, y lo digo en serio.

También está el asunto del narrador y del punto de vista. A mí me gusta jugar con los narradores. Lo hago para no aburrirme, y porque tengo la firme convicción de que -por encima del lector- uno escribe cuentos para sus historias. Es decir, cada historia pide su narrador, su manera de ser contada, sus estrategias, y hay que pensar en eso antes de asumir la escritura de un cuento y no empezar a escribir porque sí, porque somos chéveres y ya. Equivocar el narrador y las estructuras de un cuento es como ponerle a un corredor olímpico una escafandra, o como que un bombero salga a apagar un incendio en traje de baño.

Total que leyendo uno se va enterando de cada cosa sobre el cuento, que este asunto se convierte en algo parecido al matrimonio. Porque uno conversa, duerme, refocila, se baña con una persona (y hasta flatulencias en la cama se tira), pero en verdad nunca la terminas de conocer. Es un cliché, lo sé. Pero mi relación con el cuento es como un matrimonio. El cuento se me escapa y aparta de mí sus secretos, su otra vida, o su vida secreta y más íntima. Una vez leí una entrevista con un autor venezolano al que respeto muchísimo, donde decía que ya no escribía cuentos porque les había descubierto el truco. Bien por él, pero si yo dejo de escribir cuentos será más por frustración que por suficiencia (OJO: yo soy de los que se divierten escribiendo).

Fíjense en este otro ejemplo: hace poco leí un ensayo de Piglia (que no está en el libro), donde dice que en todo buen cuento debe haber dos historias. ¡Ah caramba, me dije, he perdido todos estos años! ¿Dónde carajos están mis segundas historias? Y así fue cómo me puse a pensar en cada uno de los cuentos que he escrito, buscándole aquella segunda historia escondida de la que habla Piglia y que es como aquel “no sé qué que queda balbuciendo” de San Juan de la Cruz. Debo confesar que me tranquilicé luego de esa larga meditación, tras a la cual creí encontrar en mis cuentos esas segundas historias. Digo yo, no sé. Aunque pienso que quizás todo cuento de verdad tiene una segunda historia que en muchos, muchísimos casos, el autor no planificó. Es decir, las segundas, terceras y cuartas historias de los cuentos quizás surjan como parte de ese equipaje que se ha acumulado por siglos en el depósito de maletas perdidas del aeropuerto cultural que es el inconsciente colectivo.

Sí tengo la firme convicción de que no puedes saber qué es el cuento si no lees cuentos o si no escribes cuentos, o ambas cosas. El cuento se vive y, como la vida, es múltiple, fugaz, alguna veces abierto, otras inaccesible, misterioso. Tengo la sensación de que no existe un tipo de cuento, de que lo único que no tiene su original en el cielo de Platón es, precisamente, el cuento. Es decir, no creo que exista un cuento platónico. Y si alguna vez lo hubo, los escritores de cuentos agarraron sus escopetas, apuntaron al cielo, le dispararon y lo hicieron caer. En estos tiempos, hablar de los límites de los géneros es absurdo. Pero también hablar de cuentos que no cuentan nada, me parece ridículo. Un cuento cuenta; por eso se llama cuento. Recordemos que la palabra novela viene del italiano, de novella: noticia, relato novedoso. Es decir, según su origen, la novela en su esencia es experimental. El cuento, por su parte, está más cercano a la precisión matemática. Cuento procede de computare, contar, computar. Eso nos lleva a una manera de contar precisa, exacta, matemática, donde nada debe sobrar ni faltar. Pero bueno, estos son las palabras que originan a otra palabra, no a un género tan complejo como el cuento.

Y para terminar, una pequeña historia:


Una persona está parada frente a un río cristalino lleno de peces. La persona mete las manos e intenta atrapar alguno de esos peces. Se le hace muy difícil capturarlo, hasta que por fin, luego de algunos minutos, lo logra; pero sólo por unos instantes, porque cuando lo tiene fuera del agua, los movimientos del pez y su piel mojada conspiran contra la persona, y pronto el pez se le resbala y vuelve a caer al río. La persona, frustrada pero al mismo tiempo fascinada, se aleja sin poder dejar de pensar en la mágica sensación del pez entre sus manos.


Esto podría ser un cuento zen. Esto, podría ser el cuento.



http://www.fedosysantaella.blogspot.com/

2 comentarios:

Olalla dijo...

Pues a mí me gustan mucho tus cuentos.

nicoll dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.