10 feb 2008

LOS LIBROS DE PAPÁ

Roberto Echeto ®




Mi papá es el azote de las tijeras. Si llegas un domingo por la tarde a su casa y se te ocurre abrir su revista dominical favorita, te encontrarás con un hueco rectangular en la página del horóscopo porque mi viejo recorta sin clemencia su signo del zodiaco. Nunca encontrarás a Leo en una revista que haya pasado por sus manos.

Yo creía que papá guardaba un álbum con todos los recortes de su signo, pero no. El viejo mantiene durante una semana el trocito de papel en su cartera y lo sustituye sólo cuando recorta el horóscopo de la semana siguiente. Si hubiera guardado los recortes de Leo en cientos de cuadernos o de carpetas, habría descubierto que mi padre era un artista conceptual. Pero no.

Durante años hubo en mi casa un Quijote que, cada vez que salía a la luz, le causaba una rabia desbordada a mi mamá. Aquel desacomodo de ánimo se producía porque al libro le faltaban páginas y, en general, lucía mal encuadernado, lleno de anotaciones y todo roto. Como era de esperarse, el destinatario de aquella ira fue el causante del atentado perpetrado contra aquel pobre libro: mi papá, el lector más extraño y más acucioso que he conocido, y a quien sólo entiendo ahora, que me estoy poniendo viejo.

Para que Uds. se den una idea de cómo estaba ese Quijote, piensen en que mi padre es de los lectores que se ríen de la supuesta santidad de la literatura y del libro. Por eso se tomaba (y se toma) la libertad de enmendarle la plana a los autores, a los editores y a los diseñadores de los libros que lee. De manera que si a él le parece que el capítulo siete de tal o cual novela no es en realidad el siete, sino el cuatro, mi papá no duda en arrancar de cuajo las páginas del séptimo capítulo y pegarlas con Pega Ega donde él cree que en verdad van. Si mi viejo cree que tal episodio constituye una digresión demasiado larga, él lo arranca y lo bota a la basura. Si papá encuentra una imagen en una revista que ilustre bien el episodio de alguna novela, él no titubea a la hora de recortarla y adherírsela a su libro. Así, él reinventa lo que lee y lo que en verdad quiere leer.

Quizás los métodos de papá sean un poco bruscos, pero nadie podrá decir que mi viejo no hace uso de su libertad como lector. Yo antes no entendía eso y, al igual que mi madre, me sulfuraba. Hoy no. Hoy entiendo que él es un lector de avanzada, un lector que le exige precisión al material literario que cae en sus manos, un lector que, sin saberlo, ejerce eso que Daniel Pennac llama «los derechos imprescriptibles del lector» y que son: 1) el derecho a no leer. 2) El derecho a saltarse páginas. 3) El derecho a no terminar un libro. 4) El derecho a releer. 5) El derecho a leer cualquier cosa. 6) El derecho al bovarismo. 7) El derecho a leer en cualquier parte. 8) El derecho a leer un poquito de aquí y otro poquito de allá. 9) El derecho a leer en voz alta y 10) el derecho a callarnos.

A pesar de que papá siempre leyó novelas, hoy te dice así, tan campante que él no quiere leerlas más; que desde que él descubrió que en una novela es muy difícil definir qué diablos quiere el autor, ya no las lee, que ahora le gusta más leer ensayos porque ahí se supone que deben aparecer con claridad las intenciones del autor.

—Y si no aparecen, los mando al carajo.

Mi viejo también es tajante en el uso de la imaginación. Si fuera por él, prohibiría los libros «demasiado fantasiosos» y los sustituiría por libros meramente realistas. Sin el menor remordimiento, condena a la hoguera algunas obras maestras de la literatura universal como La Divina Comedia, Moby Dick, el Beowulf y cualquier historia en la que aparezca un monstruo.

Mi papá es un lector extraño, pero nadie dirá que no es consecuente con sus propios gustos y sus propias manías.

Aprendamos de él que, frente a los libros, el lector también importa.



http://robertoecheto.blogspot.com

1 comentario:

Anónimo dijo...

broder:

tu papá es un linotipista metafísico...

es el orfebre de su propio códice psíquico...

El Euro Randolph Hearst de la introspección...